Y usted, ¿se ha preguntado de dónde viene, quién es y hacia dónde va?

Cinco de la tarde, me encuentro frente al consultorio de una experta Psicóloga con bastante conocimiento en temas de educación y alternativas de aprendizaje. Un crucial elemento al desarrollo de un país encaminado a la Paz. Al abrir la puerta me recibe con una sonrisa de oreja a oreja y extiende sus brazos para darme la bienvenida. Tal parece que mi visita es una excusa para salir de su apretada agenda matutina en lo que a salud mental se refiere, en su mayoría, problemas de autoestima, problemas de déficit de atención y orientación vocacional.

El sonido de un pequeño ventilador dan muestras del calor humano que allí se propaga. La serenidad del lugar y su silencio apacible son cómplices de las más locas ocurrencias de la mente humana. Su colección de libros cuenta el interés de Ilse por indagar más sobre su profesión, junto con ésta, sobre una mesita de estudio a costado derecho vista desde la entrada al consultorio, se suman fotocopias, cuadernos y exámenes propios y de los de sus estudiantes pendientes por calificar.

“Es algo nuevo para mí, estudiar a distancia combinando la docencia virtual y presencial los fines de semana ha sido agotador, pero muy enriquecedor”, confiesa entre una sonrisa cansada

.

La educación es un tema que le ha interesado a lo largo de sus trece años de experiencia. Luego de graduarse de la Universidad Nacional de Colombia en el 2003, realizó un Máster en Psicoanálisis Clínico del Sujeto y del Vínculo Social en la Universidad de León, España; participó en distintos cursos de Orientación Profesional, dirigió el Proyecto de Prevención e Intervención “La Subjetividad en la Institución Educativa” y llevó a cabo la investigación sobre la realización de Talleres de Expresión Artística con niños, es autora de tres publicaciones divulgadas en revistas nacionales y ha asistido como psicóloga en varias ONG y en el Departamento Administrativo de Bienestar Social de la Alcaldía Mayor de Bogotá.

Sabemos ya que es una experta Psicóloga, pero, ¿Cómo le va de paciente? —Le pregunté luego de hablar de sus experiencias—

Ilse Porras: —Risas— Cuando uno está en el otro lugar se desprende de lo que sabe y solamente habla, este enfoque es eso, es estar dispuesto a eso. Difícil, como todo paciente, como a todo aquel que en ese proceso se encuentra con lo oscuro de uno mismo, pero de otra manera no, pienso que, al contrario, viéndole el beneficio de estar ahí.

Jairo Solano: Usted participó en varios cursos para brindar orientación vocacional, pero, ¿Tuvo usted algún tipo de orientación a la hora de escoger su carrera?

I.P: Si. En la universidad cuando estaba en crisis de mi carrera de Ingeniería Química acudí al servicio de atención psicológica de la universidad, me hicieron una prueba de aptitud y personalidad y, aunque yo la abordo desde el Psicoanálisis (la abordo desde el deseo); la prueba arrojó un resultado que, si bien a mí me interesaba la química, la asociación directa era con lo humano. Esa prueba me fortaleció ante la universidad para pedir el traslado porque tenía un argumento: ¡Mi vocación era el interés humano!

J.S: Entremos en materia, ¿Cómo la Psicología puede apoyar el proceso educativo?

I.P: Es fundamental, tanto en la práctica como en la pedagogía misma. No todos los seres humanos aprendemos de manera igual. Cada uno tiene un estilo de aprendizaje distinto, donde se enfatiza. Por ejemplo, si se es visual, si se es auditivo, si se es quinésico, si se procesa la información de una manera global o de una manera secuencial. Todo eso aportaría a la pedagogía de una manera fundamental para establecer estrategias, herramientas en el aula. Por otra parte, si la persona que está estudiando tiene clara su vocación, sus habilidades, sus competencias, su estilo de aprendizaje; esa persona va a poder definir con más claridad y más tranquilidad su profesión. Pero desafortunadamente a la Psicología la han venido sacando de la escuela de una manera absurda, al psicólogo en las instituciones lo tienen administrando los almuerzos, las rutas, los paseos —Risas— y la orientación vocacional está reducida a la visita a las universidades, pero no con la profundidad que eso requiere.

J.S: La deserción en la educación superior tiene un índice lamentable alto en nuestro país. ¿Cómo la orientación vocacional podría ayudar a disminuir estos casos?

I.P: Si la persona llega con más claridades a la universidad, esa deserción bajaría. La persona que llegue con conocimiento de su vocación y de la carrera —que es ver cuál es el plan de estudios, que me ofrece esta universidad, que me ofrece la otra, el enfoque o no en el que deseo desempeñarme en un futuro— permanecerá hasta el final de su carrera. Además, cuando a uno le gusta, aunque haya que modificar la vida y dejar de hacer unas cosas mientras se estudia o por términos económicos —que es otro de los factores que incide mucho en la deserción—, se logra si se está realmente motivado.

J.S: No todo se aprende en un salón de clases. Ya que usted trabajó con habitantes de la calle, ¿Qué aportes a la formación de la persona deja el “aprender” fuera de las aulas, en espacios como la calle y demás?

I.P: —Mira hacia arriba como quien recuerda una experiencia—. ¡Es que ahí no hay teoría, ahí está la vida misma en juego! Hay una gran diferencia entre ir a la universidad y aprender teorías que con mucha dificultad se logran poner en práctica —Sonríe— a tener que aprender a crecer mediante la experiencia. Digamos que, en lo académico, todo lo que se da en el aprendizaje dentro de las aulas se intelectualiza. ¡Casi que distancia al ser humano de su semejante! Mientras que allí (en la calle) se está todo el tiempo con relación a los otros. Allí no hay teorías. En la calle es el ser humano como experiencia.

Entre ellos no es que sean precisamente amorosos, pero aprenden que solos y aislados no sobreviven. Tienen que estar unidos para protegerse.

J.S: El proyecto que realizó acerca de la subjetividad en la Institución Educativa, ¿En qué consistió?

I.P: Eso fue más un intento, porque la institución educativa quiere que todos los estudiantes funcionen igual: en homogeneidad. Sin embargo, no todas las instituciones pretenden lo mismo y precisamente a eso fui.

Yo hice mi práctica universitaria en una institución distrital donde se acogían a niños autistas, con parálisis y con distintas problemáticas; y aun así el aula funcionaba como un aula normal, digamos, no como una clínica sino con el enfoque educativo. Esa institución la acabaron. Entre públicas y privadas esa era la única en el distrito con ese enfoque. Era una escuela inclusiva y de ahí surge mi interés por el aprendizaje de una manera distinta.

Tiempo después inicio a trabajar con otra institución llamada Fase, donde los estudiantes tienen un proceso de investigación de la vida, donde van preguntándose de dónde venimos, quienes somos, hacia donde vamos. Es una escuela enfocada en la subjetividad porque, las preguntas de uno mismo, no son las mismas que las de los demás. Yo quise llevar el proyecto a otros colegios, pero hubo resistencia en las escuelas tradicionales para adoptar estos modelos.

J.S: ¿Cuál piensa que debe ser la posición y la responsabilidad del educador para con sus alumnos?

I.P: Considero que en la dinámica de la enseñanza la jerarquía no debe existir. Debe ser una dinámica que al estudiante le facilite el acceso al conocimiento. Ahora, si el alumno tiene buenas competencias lecto-escritoras, puede ir a un ritmo muy distinto y puede auto-aprender, que es lo que falla en nuestro sistema de educación. La lectura no es analítica, no es comprensiva. ¡Y la escritura sí que es un trabajo! Entonces, si esto fuera desde muy temprano, la capacidad del alumno sería muy distinta. Yo creo que esa sería la base de un buen sistema educativo.

J.S: Para terminar, le propongo un juego de preguntas y respuestas rápidas de lo primero que se le viene a la mente al mencionarle una palabra en particular, ¿De acuerdo?

I.P: ¡De acuerdo! —Dice mientras sonríe—.

J.S: ¿Estudiante? —Le pregunto—.

I.P: Vida. —Responde rápidamente—.

J.S: ¿Tragedia?

I.P: Oportunidad.

J.S: ¿Sueños?

I.P: —Risas—. No sé, de nuevo vino a mi mente la palabra vida… ¡Si, lo que nos lleva por la vida!

J.S: ¿Autoestima?

I.P: Amor.

J.S: ¿Miedo?

I.P: Algo sin importancia, algo que se puede dejar.

J.S: ¿Niños?

I.P: Juego.

J.S: ¿Oscuridad?

I.P: —Se detiene a pensar—… No sé, pensé en la luz.

J.S: ¿Freud? (Considerado como el padre del Psicoanálisis)

I.P: ¡Oh! —sonríe—. ¡Un grande!

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